«Madonna me miró y me dijo que tenía que hacer de ella. De los nervios se me resbalaba el micro de las manos. Se subió al escenario. Estábamos tres: ella, su repetidora (encargada de transmitirle mi trabajo) y yo. Me sentía arrinconada porque ella se fijaba en su repetidora y no en mí. Pensé que no me quería, que no le gustaba. Incluso que me odiaba. Un día olvidé por un instante que era Madonna y le toqué el brazo para explicarle una cosa. Lo hice como si fuese una bailarina más y le dije algo que le hizo partirse de risa. A partir de ese momento todo cambió”…EL PAÍS